Por: Pedro Basto
Eran las 11 de la noche del
miércoles 13 de noviembre de 1985, en Armero Tolima. Minutos antes el volcán
del nevado del Ruiz, había hecho erupción y una avalancha de lodo caliente
barrió aquel pueblo donde vivía José de Jesús Barrios con su esposa Lilia Cubillos
y sus 3 hijos, Mónica, Fabián y Adolfo.
Las cenizas que expulsaba el
volcán habían cubierto el pueblo con una nube de oscuridad. Esto causo la
pérdida de vista momentánea de José cuando corría hacia una loma donde salvó su
vida.
A las 7 de la noche la arena
y la ceniza caían con más intensidad sobre Armero, pero mucha gente no le
prestó atención porque se decía que eso era un fenómeno normal del volcán y no
pasaba nada. Don José bajo a guayabal, un pueblo vecino, en la buseta que tenía
y con la cual trabajaba para darle el sustento a su familia.
Alrededor de las 7 y 20
minutos de la noche, había llevado a veinte pasajeros a guayabal, y para ese
momento hacían borrascas, fuertes vientos y una llovizna leve, pero como nadie decía
nada, el señor barrios no le prestó atención.
De vuelta a Armero, había traído
consigo unos estudiantes, y uno de ellos le pidió que lo esperara mientras
hacía una llamada en el telecom. Al llegar a Armero, don José tanqueó la buseta
y la estacionó en el parqueadero de buses, agarró su moto y se fue a su casa.
Eran ya las 8 y media, y seguía cayendo ceniza; José llego a su casa y Fabián
le sirvió la comida. Luego se acostó en la cama y se quedo viendo televisión, a
las 9 y media vió las noticias, donde Hernán Castillón, un periodista, dijo que
el Volcán nevado del Ruiz había hecho erupción, pero inmediatamente quitaron el
anuncio y continuaron con las noticias y el partido de futbol que se estaba
transmitiendo.
Tomado de google.com
La esposa de Don José se
quedo viendo la novela junto con su hija Mónica, ya eran las 9 y 45 de la
noche. Faltando 5 minutos para las 11 de la noche, la luz se fue del pueblo, y
todo quedó en tinieblas, además la ceniza y la arena caían aún con más fuerza e
intensidad, ahí don José se levantó y miró a la ventana, pero no veía nada,
entonces encendió su radio.
La emisora radio armero, era
la única que tenía funcionamiento esa noche, Edgar Efren Torres, era el
encargado de ingeominas y del instituto de geología para avisar a la comunidad
en caso de presentarse anormalidades o una tragedia. Pero el cuando llegó al
micrófono de radio armero, avisó totalmente lo contrario, y dijo que los
fenómenos ocurridos esa noche eran normales y que no había porque preocuparse.
La familia Barrios se
descuidó y tomó en cuenta las indicaciones del profesor Torres. De pronto se
oyó un ruido similar a una trituradora de piedra, pero era un ruido tan intenso
que parecían 10 máquinas de estas, entonces los barrios pensaron que era el
tren, pues este iba pasando por la vía férrea y había pitado segundos atrás.
Pero el ruido se iba haciendo más fuerte. Inmediatamente don José barrios
corrió a la loma, a unas cuadras y vio una magnitud de tierra y lodo
impresionante que lo dejo perplejo.
Enseguida volvió a su casa y
le dijo a su esposa, “mija, virgen santísima, corramos”. Entonces salieron
todos corriendo, y entre el desespero se hablaba de que las rocas venían
incendiadas. Don José y su familia empezaron a correr, pero no se tomaron de la
mano, porque las obras que se estaban llevando a cabo en la cuadra donde
quedaba su casa no permitía que fueran unidos, ya eran las 11 y 2 minutos.
Cuando empezaron a correr
hacia la loma, ya estaban en la mitad del parque y su hijo Adolfo le pregunto
“papa, quien tiene las llaves de la casa”. Inmediatamente le dijo que las tenía
Fabián, pero eso no le importaba en ese momento y le dijo que se olvidara de
las llaves. Su hijo replicó de nuevo, “yo me devuelvo por la moto”, pero de
nuevo su padre le dijo que dejara todo atrás y que corrieran por sus vidas.
En la esquina del parque 20
de julio, unos segundos después, la gente se estaba subiendo a un furgón que
iba a salir inmediatamente del pueblo y en ese momento su esposa le pidió que
se subieran al furgón, pero él le repetía que era mejor correr. Los ojos de don
José quedaron enceguecidos por las cenizas que estaban en el aire, ahí empezó a
oír los gritos de las personas y le pidió a su hijo Adolfo que le soplara los
ojos, pues no veía nada. Cuando recupero la visión, don José no vio más a su
esposa ni a sus otros dos hijos, Fabián y Mónica.
Segundos después emprendió
la huida del lugar con Adolfo, pues en ese instante volteó su rostro hacia el
otro lado del parque y vio una avalancha de lodo negro. Corriendo con pánico,
eran ya alrededor de las 11 y 5 de la noche, Don José se olvidó de su esposa y
llegó al puente de la limera, donde empezó a bajar agua negra. De repente el
señor Barrios vio como un niño, de al menos unos 12 años nadaba en la creciente
para salvar su vida.
Las 11 y 7 minutos, don José
y su hijo daban las últimas zancadas para atravesar el puente y llegar a la
loma, y un segundo después de estar allí la avalancha pasó detrás de sus pies,
se estrelló en el lugar donde estaban y arrasó con todo lo que encontró a su
paso. Ahí respiró profundo y se abrazó con su hijo. ¡Estaban vivos y a salvo!
El instinto de sobrevivir fue más fuerte en ese momento, que el de buscar entre
la angustia sus demás familiares.
Pero la tragedia aún no
había terminado, pues ellos estaban a salvo, pero el resto de su familia había
desaparecido. Las casi 300 personas que estaban alrededor de aquel padre e
hijo, no podían creer lo que había sucedido minutos atrás. Adolfo le dijo a su
padre que no creía que su madre y sus hermanos estuvieran a salvo, pues habían
corrido menos que ellos dos. Y don José le pidió a su hijo que se arrodillaran
y rezaran un padre nuestro, para pedirle a Dios que su familia estuviera bien.
Después del padre nuestro, el señor Barrios se sintió más tranquilo y empezó a
buscar entre los sobrevivientes a su familia, y en su afán de encontrarlos le
preguntaba a todo mundo si habían visto a Mónica o a Fabián, pero las
circunstancias ponían a todo el mundo en la misma situación.
A las 11 y 12 minutos, se
sentaron y decidieron esperar al amanecer para buscar además de su esposa y sus
hijos, a poco más de 30 familiares que vivían en Armero. Mientras esperaban el
amanecer, la oscuridad no permitía ver más allá de lo que se tenía en frente, y
conversaron y se preguntaron con otras personas sobre la tragedia y sobre las
pérdidas tanto humanas como materiales.
A las 11 y cuarto no quedaba
ya rastro de Armero, y don José y su hijo seguían esperando el amanecer.
Pasaron en vela el resto de la noche y la madrugada, y muy a las seis de la
mañana bajaron de nuevo la loma, y empezaron a buscar a su familia. En medio
del lodo que había sepultado el pueblo, se encontraban cuerpos de gente muerta,
mutilada y algunos con heridas leves, pero que habían logrado sobrevivir a tan
grande tragedia. El señor Barrios ayudó a muchas personas, entre ellas un niño
pequeño que estaba solo llorando. A muchos les dio agua, leche y lo que pudiera
estar al alcance de sus manos para ayudar, pero lo primordial en su mente era
encontrar a Lilia, Mónica y Fabián, de quienes no sabía nada desde que sus ojos
se habían enceguecido en el parque.
Media hora antes, cerca de
las 5 y media de la mañana, lo que el día anterior era un pueblo cubierto de
ceniza, era ya una planicie donde no había más que barro y cientos de cadáveres
sepultados en aquel lodo.
La búsqueda no cesaba y a
pesar de las dificultades del terreno, don José no encontraba aún a ninguno de
sus familiares y su desesperación crecía como perdía la esperanza de
encontrarlos con vida.
Hoy a sus 71 años, 25
después de la tragedia, las lágrimas en su rostro reflejan la angustia que
vivió José de Jesús Barrios junto a su hijo Adolfo Barrios, de 16 en ese
entonces, ese miércoles 13 de noviembre de 1985, donde perdieron sus familiares
más cercanos, una esposa y madre y dos hijos y hermanos.
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